Tenía
muchas dudas. ¿Acabaré? ¿Qué ritmo seguir? ¿Me encontraré con
el muro? ¿Qué geles tomar? ¿Y cuántos? ¿Agua con sales o bebida
isotónica? ¿Qué comer los días previos? ¿Cuánta agua beber?
¿Tendré calámbres los últimos kilómetros? ¿Me llevo música o
no? ¿Cómo me encontraré? ¿Responderán bien mis piernas?
Todo
preguntas. Normal. Cuando te enfrentas a algo nuevo, es más el miedo
a lo desconocido que la situación en sí. Pero como digo siempre, si
no lo intentas, nunca sabrás si puedes hacerlo.
Así
que el día de la maratón me levanto, con muchos nervios pero muy
emocionada, y salgo con mi marido y mis hijos hacia la salida.
Allí
lo primero que veo es a Paula, Marisa y Eva,
y voy hacia ellas
corriendo, saltando y gritando; estoy pletórica. ¡Qué emoción!
¡Voy a correr una maratón! ¡Esto es muy grande! ¡Es una proeza!
¡No me lo puedo creer!
Me
coloco en mi cajón de salida con Fran. Miro a los corredores que hay
a mi alrededor y observo en todos una cara similar a la mía:
nervios, emoción, ilusión...., ¡qué locos soñadores! Dan el
pistoletazo de salida y allá vamos.
Empezamos
a un ritmo muuyyyyy suave. Quiero ser prudente, no sé cómo me va a
responder el cuerpo, y sobre todo quiero disfrutar el momento
. Mi
momento. No se volverá a repetir. Nunca volveré a correr mi primer
maratón.
Voy
charlando con Fran. Los primeros kilómetros pasan rápido, sin
darnos cuenta. Sobre el kilómetro 9 nos colocamos por delante de la
liebre y apretamos un poco el paso. No hay problema; sigue siendo un
ritmo muy cómodo. Y seguimos charlando y riendo. La gente anima, y
mucho. Se agradece. Y yo que no puedo quitarme la sonrisa de la cara.
Pienso continuamente: "Estoy corriendo un maratón, ¡lo estoy
haciendo, lo estoy haciendo!". Y sigo sonriendo. Y disfrutando.
Cuando
entramos en el centro de Castellón veo a Emilio con la cámara
haciéndonos fotos. "¡Vamos cariño!", oigo a Guillermo.
"¡Venga, venga jabatos!", gritan Marisa y Eva como
posesas. Ahí están mis hijos animando, y todos los jabatillos
corriendo a nuestro lado...
¡Cuántos ánimos! ¡Qué bonito! Y yo
sigo con la sonrisa en la cara.
Volvemos
a salir de Castellón hacia el puerto por la avenida de El Mar. Se
hace un poco largo, pero Vanesa se nos une y nos acompaña dándonos
conversación. ¡Gracias Vanesa! Delante vemos un corredor que lleva
una camiseta con un crespón negro, donde dice: "Sigo corriendo
por ti". "¡Qué bonito!", le comento a Vanesa. "Sí".
Y nos quedamos un rato calladas, pensativas y emocionadas. ¡Cuántas
sensaciones y sentimientos! 42 kilómetros dan para mucho.
Pasamos
el kilómetro 21. Vamos genial, no hay cansancio. Un chico de Teruel
se une a nuestra conversación y nos pregunta qué tiempo queremos
hacer. Fran y yo nos miramos: "No sé, ninguno, acabar,
disfrutar...., es nuestra primera maratón; llegar con buenas
sensaciones".
Entramos
otra vez al centro de Castellón y Fran se viene arriba. "¡Venga
esos Castellonenses! ¡A ver esa animación! ¡Gracias maja por las
mandarinas! ¡Ole esos voluntarios, qué grandes!". No Fran, qué
grande tú. Y yo sigo con la sonrisa en la cara.
Y
así seguimos, pisada a pisada, zancada a zancada, kilómetro a
kilómetro.....,
los jabatos que nos animan desde varios puntos del
recorrido, la gente, el ambiente, las mandarinas y las naranjas (qué
ricas)....
Y
paso a paso nos vamos acercando al kilómetro 32. El famoso muro. Yo
me encuentro genial. Sin mucho cansancio, ni dolores musculares, las
piernas responden y la cabeza también.
Me sorprendo a mí misma.
Cierto que estoy siendo prudente y llevo un ritmo cómodo, pero hace
tres horas que no paro de correr. ¿No debería notar alguna
molestia? No puedo dejar de pensar: "Lo voy a hacer, voy a
terminar un maratón". Y sigo sonriendo.
Los
últimos diez kilómetros los disfruto muchísimo. Vamos a buen ritmo
y adelantando corredores sin parar. La gente grita: "¡Vamos
Elisa! ¡Ya lo tenéis! ¡No queda nada! ¡Está hecho!".
Kilómetro 37, sólo quedan cinco; kilómetro 40, sólo dos, sólo
dos vueltas a La Granja; kilómetro 42, ¡ya está!
La
sensación de entrar en meta es indescriptible. Y no voy ni a
intentar hacerlo. Es algo que hay que vivir.
Al
salir de la zona de corredores veo a Guillermo.
Me abraza y se me
saltan las lágrimas. A mí, que no suelo emocionarme. "Se te
veía feliz", me dice Marisa. Sí, lo estaba.
Todavía
sonrío. No puedo quitarme esta estúpida sonrisa de la cara.
Elisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario