6 meses sin entrenar, algún pequeño
desajuste en la maquinaria, una temporada bajo esa cosa tan ambigua y
manida como es el estrés, ola de calor, previsión de 30ºC a las 11
de la noche, la Doctora Amor recordándome que tengo 57 años y una
patata en el pecho con dos trozos de cerámica, … ¡el marco ideal
para la carrera perfecta!
“Javierito, no deberías
participar. Hace mucho que no entrenas. Hace mucho calor. Tu nueva
cardióloga dice que tienes que estabilizarte primero, …” – El
hombrecillo que, a veces, te susurra al oído no paraba.
“Javier: envejeces cuando dejas
de sentir pasión por lo que haces. Vivir no es durar. Acabas de
renovar el seguro de vida. Una de las cosas por las que la vida
merece la pena, es compartirla con la gente que quieres” – La
mujer arrebatadora que me susurra al oído las cosas que me apetece
oír, tampoco paraba.
Después de cinco segundos de profunda
reflexión, decidí que debía participar. La de Cadrete es una de
las pocas pruebas que puedo compartir con mis hermanos jabatos. ¿Un
jabato de boquilla? ¿Un jabato que no corre? Así que “¡Al lío!”.
La noche anterior, revisé en internet
la dieta recomendada para una carrera nocturna. Desayuno con
cereales. Pasta en la comida y unas barritas energéticas unas horas
antes de la carrera. Como esa dieta, aunque sana, no me apetecía
mucho, aproveché la invitación de unos amigos del alma y me fui a
tomar vermú. Uno nunca sabe si ese, puede ser el último.
La tarde de la carrera, a temprana
hora, los jabatos caminantes quedamos para partir rumbo a Cadrete,
unos en busca de la gloria (Ángel) y otros en busca de una agonía
digna (yo).
Ángel vino maqueado como un San Luis.
Camiseta de su club de andarines morateros. Pantalones gris cemento y
unos bastones a modo de lanza. Algo en él me recordó a Leónidas en
el paso de las Termópilas. Ambos se enfrentaban a un reto decisivo.
Para Ángel no era una carrera más. Era el momento de romper con una
mala racha de dolores y sufrimientos
Una vez en el aparcamiento, los jabato
taxis comenzaron a llegar. Besos, mimos y abrazos a tutiplén. Amigos
que se quieren, se echan de menos y se alegran cuando se ven.
Compartir sudores, cervezas y sufrimientos estrecha lazos.
Tras la recogida de dorsales y unas
cervezas para hidratarnos, volvimos a la zona de aparcamiento. Cada
uno con su ritual. Fran con sus medias compresivas. Las chicas, dado
el calor, con camisetas de tirantes, lo que provocó que la multitud
estallara en aplausos espontáneos. Ángel concentrado. Miguel y
Sergio con sus dorsales. Ana, Emilio y Pepelu, pendientes de los
niños … Foto de grupo con la camiseta jabata … (Ana, carga el
móvil)
Yo, pese a mi promesa de sujetarme el
dorsal con chinchetas directamente en el pecho, reclamé la ayuda de
Fran y Marisa. Mientras mis compis se preparaban con geles, barritas
y pomada del tigre, yo preparaba mi pastillero con cafinitrina,
corlentor, dafiro y crestor y un inhalador de Rilast a mano. La
cafinitrina en el sitio más fácil. Si yo no puedo sacarlo (el
pastillero), que la encuentren enseguida.
Aviso de 15 minutos para empezar. Vamos
tomando posiciones. Un hombro por aquí un culetazo por allí y casi
en primera línea. Dejaría que Ángel abriera camino como la cuña
de las locomotoras antiguas (creo que se llama aparta vacas, con
perdón).
Aviso de 5 minutos. Pulsómetro en
marcha. Luz de posición y frontal encendidas. Concentración. Borro
el resto del mundo. Hay que espabilar en la salida. No quiero ir
demasiado rápido al principio y reventarme como el año pasado. Iré
subiendo el ritmo. Debo vigilar el pulsómetro.
Suena el disparo de salida. Sigo la
estela de Ángel. Un par de hábiles movimientos y nos colocamos en
el exterior sin los agobios de la zona de atrás.
Un par de cohetes surgen por la
derecha. Ángel salta tras ellos. La lucha por la carrera, ya ha
comenzado. Yo decido concentrarme en los culos de dos rubias
senderistas. La idea parecía buena pero en las primeras rampas se
quedan clavadas, así que elijo otro referente.
Esta vez, el culo pertenece a una
señora de mediana edad, con un bronceado envidiable, así que
imagino que hace habitualmente ejercicio al aire libre. La elección
parece buena. El ritmo es adecuado y el tamaño de su trasero genera,
al moverse, una corriente de aire gratificante.
Se da cuenta de que la sigo y aprieta
el paso. Yo, subo mi ritmo. Aprovecho una curva y le adelanto por el
interior. Un poco después, me adelanta corriendo. Intento mandarle
un rayo laser con mi frontal pero descubro que, otra vez, estoy
fantaseando.
Me ha sacado unos metros de ventaja.
Subo el ritmo. Suben mis pulsaciones. Llego a 160. Los
betabloqueantes que tomo me cortan la gasolina y mis piernas se
paran. Aprieto los dientes. Me muerdo la lengua y no consigo andar.
Bajo el ritmo. Cuando llegue a 140, volverán a moverse a ritmo.
Ahora mi carrera es otra. Debo olvidar
los culos y concentrarme en terminar. En ese momento, mis pulsaciones
llegan a 145 y recupero las fuerzas. Justo en ese momento, me
adelantan dos rubias en top. Ya tengo nuevo objetivo. Suben a buen
ritmo. Intento no llegar a 160 sin perder su estela. Hago un repaso
mental de la estrategia. Por un momento pienso en fingir un
desvanecimiento y pedir la respiración boca a boca. Luego, me
acuerdo de un gordo sin camiseta que he pasado hace un rato y olvido
la idea.
Comienza a dolerme la cabeza y llevo
una piedra traidora en la zapatilla que me martiriza. El dolor de
cabeza empieza a preocuparme. Es intenso. Las subidas de tensión
suelen hacer que me duela la cabeza. Es sólo una carrera. Me olvido
de los culos de las rubias en top y bajo el ritmo. Con el corazón no
se juega. Bajan mis pulsaciones pero el dolor de cabeza no
desaparece. Debo bajar el ritmo, mis hijos no tienen plan B. Me
necesitan.
Hace calor. Me ajusto el frontal
empapado en sudor.
El dolor de cabeza desaparece. ¡Seré
tonto! Me estaba clavando el plástico en la frente. Lo cambio de
posición y ya no duele. Vuelvo a subir el ritmo. A lo lejos veo el
culo de las rubias iluminar el horizonte como un faro en la niebla.
Estamos en un falso llano. ¡A por ellas!
Voy acortando distancias. Conozco el
camino. Quedan los dos últimos repechos. Aprieto los puños e
intento no subir pulsaciones.
Casi arriba, me cruzo con el primer
caminante que baja con un ligero trotecillo. Como nos ve, vuelve a
andar. Ya casi estamos. Ángel baja cuarto con los bastones entre los
dientes. Seguro que los pilla.
Un último esfuerzo. Cruzo el punto
elevado y voy a por agua. Bebo un trago para quitarme la tierra de la
boca y lo escupo. Guardo la botella.
Ya no tengo problemas de pulsaciones y
puedo bajar a todo lo que den mis piernas. Tengo tentaciones de
correr pero no quiero hacerlo. Voy eligiendo objetivos. Un gordito
sin camiseta que aparece y desaparece. ¿Por dónde ha ido subiendo?
Un grupo de veinteañeros de la edad de
mi hijo es mi próximo objetivo. Van hablando y riendo. Los adelanto
en otra curva. Vuelvo a ver a las rubias de antes. Aprieto el paso.
Hay que echar el resto así que me olvido de los culos y los tops y
me concentro en darles caza. Cuando estoy a punto de alcanzarlas, dan
un ligero trotecillo y se alejan. Decido aguantar a rueda y esperar
el momento.
Otras dos caminantes de ponen a tiro.
Se pican entre ellas. Alternan paso ligero y trotecillo. No
aguantarán. Los corredores comienzan a adelantarnos. Paula ha debido
bajar volando porque no la he visto. Miguel y Eva bajan como un tren
de mercancías. Nos damos ánimos. Eva mueve la cabeza. No hay
fuerzas que malgastar.
Me adelanta Sergio, luego Elisa y
Marisa y después Fran. Fran me invita a bajar juntos pero voy a
bajar andando. Aprovecho el barullo y adelanto a las cuatro. No tengo
problemas de pulsaciones, así que bajo todo lo deprisa que puedo. Ya
lo he conseguido. Es todo bajada.
Pasado el desvío del castillo, me
adelantan corriendo las rubias. No me importa. Mi carrera es otra.
Ahora a disfrutar de las vistas y a no descalabrarme en las
escaleras.
Bajo la zona del castillo lo más
dignamente posible sin abrirme la cabeza y entramos en las calles del
pueblo. ¡Ya estoy! La gente aplaude y yo me siento feliz. ¡Chúpate
esa, cardióloga asusta carcamales!
Ya veo la línea de meta. ¿Funcionará
el chip? Ana, Emilio y Pepelu me jalean y Noa salta para cruzar la
línea de la mano.
Con las pocas fuerzas que me quedan,
pillo un trozo de naranja, medio plátano y un botellín de agua. Me
encuentro con Ángel. ¡Ha quedado segundo! Se lo merece. A pesar de
meses de dolor, no ha desesperado. Lo abrazo sin perder el
avituallamiento. Noa me indica dónde están los demás. Le contesto
y no me entiende. Me acuerdo de que llevo media naranja en la boca y
me la quito. Ahora sí me entiende.
Nos abrazamos todos. Paula se ha
quedado tercera y Eva cuarta. Estoy feliz. Me quito la zapatilla y me
quito de una vez la p…. piedra que me ha estado martirizando toda
la carrera. El frontal me ha dejado una marca en la frente …. ¡y
yo pensando que estaba al borde de un paro cardiaco!
Ahora me relajo. Uno de los momentos
más placenteros que conozco es ese momento de calma que sigue a la
consecución de un objetivo. Da igual el tamaño del objetivo. Lo que
importa es la pasión que pones al luchar por él. La felicidad que
encuentras es directamente proporcional a esa pasión.
Recupero mi teléfono y mando un
whatsapp a la Doctora Amor, para decirle que he terminado vivo, y que
ya puede descansar aunque esté de guardia. Seguro que tenía la UVI
móvil preparada.
Nos duchamos entre nubes de linimento
que hacen que nos lloren los ojos y luego, limpios y relucientes como
una patena en día de Pascua, nos dedicamos a disfrutar contando
anécdotas de la carrera, imaginando nuevos proyectos, riendo.
Bocatas, cervezas y, sobre todo, muchas risas y mucho cariño.
Brindamos por los presentes y brindamos por los ausentes.
De vez en cuando, me retiro un poco y
observo. Todos estamos felices y contentos. Por un momento hemos
aparcado las preocupaciones, el referéndum griego, la Ley Mordaza,
nuestras angustias del día a día.
Hoy, todos hemos ganado.
La Hermandad jabata existe. ¡Un abrazo
hermanos!
Cuando mis hijos eran pequeños, los
tres teníamos un juego. De repente, cuando estábamos contentos, uno
de los tres decía: “¡nos queremos todos!” y corríamos a darnos
un abrazo conjunto. El sábado, estuve a punto de hacerlo con los
jabatos.
Gracias por todo vuestro cariño.
Gracias por ser nobles, fuertes y generosos.
Besos y abrazos para todos
P.D.: Creo que, en algún momento debí
sufrir alucinaciones. No es posible que hubiera tanta rubia en top en
la carrera.