Comienza la temporada jabata 2015/16

lunes, 6 de julio de 2015

JABATOS BAJO LA LUNA ...Por Javier Marco

6 meses sin entrenar, algún pequeño desajuste en la maquinaria, una temporada bajo esa cosa tan ambigua y manida como es el estrés, ola de calor, previsión de 30ºC a las 11 de la noche, la Doctora Amor recordándome que tengo 57 años y una patata en el pecho con dos trozos de cerámica, … ¡el marco ideal para la carrera perfecta!

  • “Javierito, no deberías participar. Hace mucho que no entrenas. Hace mucho calor. Tu nueva cardióloga dice que tienes que estabilizarte primero, …” – El hombrecillo que, a veces, te susurra al oído no paraba.

  • “Javier: envejeces cuando dejas de sentir pasión por lo que haces. Vivir no es durar. Acabas de renovar el seguro de vida. Una de las cosas por las que la vida merece la pena, es compartirla con la gente que quieres” – La mujer arrebatadora que me susurra al oído las cosas que me apetece oír, tampoco paraba.
Después de cinco segundos de profunda reflexión, decidí que debía participar. La de Cadrete es una de las pocas pruebas que puedo compartir con mis hermanos jabatos. ¿Un jabato de boquilla? ¿Un jabato que no corre? Así que “¡Al lío!”.
La noche anterior, revisé en internet la dieta recomendada para una carrera nocturna. Desayuno con cereales. Pasta en la comida y unas barritas energéticas unas horas antes de la carrera. Como esa dieta, aunque sana, no me apetecía mucho, aproveché la invitación de unos amigos del alma y me fui a tomar vermú. Uno nunca sabe si ese, puede ser el último.
La tarde de la carrera, a temprana hora, los jabatos caminantes quedamos para partir rumbo a Cadrete, unos en busca de la gloria (Ángel) y otros en busca de una agonía digna (yo).
Ángel vino maqueado como un San Luis. Camiseta de su club de andarines morateros. Pantalones gris cemento y unos bastones a modo de lanza. Algo en él me recordó a Leónidas en el paso de las Termópilas. Ambos se enfrentaban a un reto decisivo. Para Ángel no era una carrera más. Era el momento de romper con una mala racha de dolores y sufrimientos
Una vez en el aparcamiento, los jabato taxis comenzaron a llegar. Besos, mimos y abrazos a tutiplén. Amigos que se quieren, se echan de menos y se alegran cuando se ven. Compartir sudores, cervezas y sufrimientos estrecha lazos.
Tras la recogida de dorsales y unas cervezas para hidratarnos, volvimos a la zona de aparcamiento. Cada uno con su ritual. Fran con sus medias compresivas. Las chicas, dado el calor, con camisetas de tirantes, lo que provocó que la multitud estallara en aplausos espontáneos. Ángel concentrado. Miguel y Sergio con sus dorsales. Ana, Emilio y Pepelu, pendientes de los niños … Foto de grupo con la camiseta jabata … (Ana, carga el móvil)
Yo, pese a mi promesa de sujetarme el dorsal con chinchetas directamente en el pecho, reclamé la ayuda de Fran y Marisa. Mientras mis compis se preparaban con geles, barritas y pomada del tigre, yo preparaba mi pastillero con cafinitrina, corlentor, dafiro y crestor y un inhalador de Rilast a mano. La cafinitrina en el sitio más fácil. Si yo no puedo sacarlo (el pastillero), que la encuentren enseguida.
Aviso de 15 minutos para empezar. Vamos tomando posiciones. Un hombro por aquí un culetazo por allí y casi en primera línea. Dejaría que Ángel abriera camino como la cuña de las locomotoras antiguas (creo que se llama aparta vacas, con perdón).
Aviso de 5 minutos. Pulsómetro en marcha. Luz de posición y frontal encendidas. Concentración. Borro el resto del mundo. Hay que espabilar en la salida. No quiero ir demasiado rápido al principio y reventarme como el año pasado. Iré subiendo el ritmo. Debo vigilar el pulsómetro.
Suena el disparo de salida. Sigo la estela de Ángel. Un par de hábiles movimientos y nos colocamos en el exterior sin los agobios de la zona de atrás.
Un par de cohetes surgen por la derecha. Ángel salta tras ellos. La lucha por la carrera, ya ha comenzado. Yo decido concentrarme en los culos de dos rubias senderistas. La idea parecía buena pero en las primeras rampas se quedan clavadas, así que elijo otro referente.
Esta vez, el culo pertenece a una señora de mediana edad, con un bronceado envidiable, así que imagino que hace habitualmente ejercicio al aire libre. La elección parece buena. El ritmo es adecuado y el tamaño de su trasero genera, al moverse, una corriente de aire gratificante.
Se da cuenta de que la sigo y aprieta el paso. Yo, subo mi ritmo. Aprovecho una curva y le adelanto por el interior. Un poco después, me adelanta corriendo. Intento mandarle un rayo laser con mi frontal pero descubro que, otra vez, estoy fantaseando.
Me ha sacado unos metros de ventaja. Subo el ritmo. Suben mis pulsaciones. Llego a 160. Los betabloqueantes que tomo me cortan la gasolina y mis piernas se paran. Aprieto los dientes. Me muerdo la lengua y no consigo andar. Bajo el ritmo. Cuando llegue a 140, volverán a moverse a ritmo.
Ahora mi carrera es otra. Debo olvidar los culos y concentrarme en terminar. En ese momento, mis pulsaciones llegan a 145 y recupero las fuerzas. Justo en ese momento, me adelantan dos rubias en top. Ya tengo nuevo objetivo. Suben a buen ritmo. Intento no llegar a 160 sin perder su estela. Hago un repaso mental de la estrategia. Por un momento pienso en fingir un desvanecimiento y pedir la respiración boca a boca. Luego, me acuerdo de un gordo sin camiseta que he pasado hace un rato y olvido la idea.
Comienza a dolerme la cabeza y llevo una piedra traidora en la zapatilla que me martiriza. El dolor de cabeza empieza a preocuparme. Es intenso. Las subidas de tensión suelen hacer que me duela la cabeza. Es sólo una carrera. Me olvido de los culos de las rubias en top y bajo el ritmo. Con el corazón no se juega. Bajan mis pulsaciones pero el dolor de cabeza no desaparece. Debo bajar el ritmo, mis hijos no tienen plan B. Me necesitan.
Hace calor. Me ajusto el frontal empapado en sudor.
El dolor de cabeza desaparece. ¡Seré tonto! Me estaba clavando el plástico en la frente. Lo cambio de posición y ya no duele. Vuelvo a subir el ritmo. A lo lejos veo el culo de las rubias iluminar el horizonte como un faro en la niebla. Estamos en un falso llano. ¡A por ellas!
Voy acortando distancias. Conozco el camino. Quedan los dos últimos repechos. Aprieto los puños e intento no subir pulsaciones.
Casi arriba, me cruzo con el primer caminante que baja con un ligero trotecillo. Como nos ve, vuelve a andar. Ya casi estamos. Ángel baja cuarto con los bastones entre los dientes. Seguro que los pilla.
Un último esfuerzo. Cruzo el punto elevado y voy a por agua. Bebo un trago para quitarme la tierra de la boca y lo escupo. Guardo la botella.
Ya no tengo problemas de pulsaciones y puedo bajar a todo lo que den mis piernas. Tengo tentaciones de correr pero no quiero hacerlo. Voy eligiendo objetivos. Un gordito sin camiseta que aparece y desaparece. ¿Por dónde ha ido subiendo?
Un grupo de veinteañeros de la edad de mi hijo es mi próximo objetivo. Van hablando y riendo. Los adelanto en otra curva. Vuelvo a ver a las rubias de antes. Aprieto el paso. Hay que echar el resto así que me olvido de los culos y los tops y me concentro en darles caza. Cuando estoy a punto de alcanzarlas, dan un ligero trotecillo y se alejan. Decido aguantar a rueda y esperar el momento.
Otras dos caminantes de ponen a tiro. Se pican entre ellas. Alternan paso ligero y trotecillo. No aguantarán. Los corredores comienzan a adelantarnos. Paula ha debido bajar volando porque no la he visto. Miguel y Eva bajan como un tren de mercancías. Nos damos ánimos. Eva mueve la cabeza. No hay fuerzas que malgastar.
Me adelanta Sergio, luego Elisa y Marisa y después Fran. Fran me invita a bajar juntos pero voy a bajar andando. Aprovecho el barullo y adelanto a las cuatro. No tengo problemas de pulsaciones, así que bajo todo lo deprisa que puedo. Ya lo he conseguido. Es todo bajada.
Pasado el desvío del castillo, me adelantan corriendo las rubias. No me importa. Mi carrera es otra. Ahora a disfrutar de las vistas y a no descalabrarme en las escaleras.
Bajo la zona del castillo lo más dignamente posible sin abrirme la cabeza y entramos en las calles del pueblo. ¡Ya estoy! La gente aplaude y yo me siento feliz. ¡Chúpate esa, cardióloga asusta carcamales!
Ya veo la línea de meta. ¿Funcionará el chip? Ana, Emilio y Pepelu me jalean y Noa salta para cruzar la línea de la mano.
Con las pocas fuerzas que me quedan, pillo un trozo de naranja, medio plátano y un botellín de agua. Me encuentro con Ángel. ¡Ha quedado segundo! Se lo merece. A pesar de meses de dolor, no ha desesperado. Lo abrazo sin perder el avituallamiento. Noa me indica dónde están los demás. Le contesto y no me entiende. Me acuerdo de que llevo media naranja en la boca y me la quito. Ahora sí me entiende.
Nos abrazamos todos. Paula se ha quedado tercera y Eva cuarta. Estoy feliz. Me quito la zapatilla y me quito de una vez la p…. piedra que me ha estado martirizando toda la carrera. El frontal me ha dejado una marca en la frente …. ¡y yo pensando que estaba al borde de un paro cardiaco!
Ahora me relajo. Uno de los momentos más placenteros que conozco es ese momento de calma que sigue a la consecución de un objetivo. Da igual el tamaño del objetivo. Lo que importa es la pasión que pones al luchar por él. La felicidad que encuentras es directamente proporcional a esa pasión.
Recupero mi teléfono y mando un whatsapp a la Doctora Amor, para decirle que he terminado vivo, y que ya puede descansar aunque esté de guardia. Seguro que tenía la UVI móvil preparada.
Nos duchamos entre nubes de linimento que hacen que nos lloren los ojos y luego, limpios y relucientes como una patena en día de Pascua, nos dedicamos a disfrutar contando anécdotas de la carrera, imaginando nuevos proyectos, riendo. Bocatas, cervezas y, sobre todo, muchas risas y mucho cariño. Brindamos por los presentes y brindamos por los ausentes.
De vez en cuando, me retiro un poco y observo. Todos estamos felices y contentos. Por un momento hemos aparcado las preocupaciones, el referéndum griego, la Ley Mordaza, nuestras angustias del día a día.
Hoy, todos hemos ganado.
La Hermandad jabata existe. ¡Un abrazo hermanos!
Cuando mis hijos eran pequeños, los tres teníamos un juego. De repente, cuando estábamos contentos, uno de los tres decía: “¡nos queremos todos!” y corríamos a darnos un abrazo conjunto. El sábado, estuve a punto de hacerlo con los jabatos.
Gracias por todo vuestro cariño. Gracias por ser nobles, fuertes y generosos.
Besos y abrazos para todos
P.D.: Creo que, en algún momento debí sufrir alucinaciones. No es posible que hubiera tanta rubia en top en la carrera.

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